1.03.2006

El Vizconde de Bragelona

Capítulo XCV [Prisionero y Carceleros]
−Venid caballero; dijo SaintMars bruscamente al preso al ver que persistía en mirar más allá de las murallas.−Venid, repito, caballero.
−Decid, monseñor,−gritó desde su rincón Athos a Saint-Mars con voz tan solemne y terrible, que el gobernador se estremeció de los pies a la cabeza.
Athos exigía respeto a la majestad caída.
El preso se volvió, al tiempo que Saint-Mars decía:
−¿Quién ha hablado?
−Yo,−respondió Artagnan, mostrándose en seguida.−Ya sabéis que está en la orden.
−¡No me llaméis caballero ni monseñor!−dijo a su vez el preso con voz que conmovió a Raúl hasta lo más hondo de sus entrañas;−¡Llamadme maldito!
El preso siguió adelante, tras él chirrió la férrea puerta.
−¡He ahí un hombre desventurado!−exclamó con voz sorda Artagnan, mostrando a Raúl el calabozo del príncipe.

Capítulo CXI [El Epitafio de Porthos]
Le parecía que la amenazadora y altiva peña se erguía, como antes se irguiera Porthos, y levantaba hasta el cielo la cabeza risueña e invencible como la del probo y valiente amigo, el más fuerte de los cuatro y, sin embargo, muerto el primero.

¡Quién sabe si fue el rocío, o si fueron las primeras lágrimas que derramaran los ojos de Aramís!
¡Oh buen Porthos! ¿Qué epitafio hubiera valido lo que aquél?

Capítulo CXVI [El Ángel de la Muerte]
Hasta en el sueño eterno, Athos conservó la plácida y sincera sonrisa que debía acompañarle a la tumba.

Capítulo CXVIII [La Muerte de Artagnan]
Daban al rey tanto lustre las victorias del mosquetero, que la Montespán ya no llamó al monarca más que Luis el invencible; así es que La Valliere, que sólo llamaba al soberano Luis el victorioso, perdió mucho en el favor de su majestad.

Epílogo
De los cuatro valientes cuya historia hemos narrado, no quedaba más que uno solo: este era Aramís. La fuerza, la nobleza y el valor se habían remontado a Dios; la astucia, más hábil les sobrevivió y moró sobre la tierra.