3.05.2008

No Habrá Final Feliz

Capítulo I ~ p.18,19,20
Al llegar a avenida Hidalgo se acercó a la bola que estaba contemplando cómo un cortocircuito en el motor había incendiado una panel de la policía.
Dos agentes uniformados trataban de apagarlo sin que nadie se ofreciera voluntario para echarles una mano. Ah qué los mexicanos, mirones y malosos con la ley, pensó cuando la panel estalló en medio de un bellísimo fuego de artificio. Los mirones, que sumaban cerca de un centenar, aplaudieron y luego comenzaron a retirarse ante las miradas de odio de uno de los policías, que traía un máuser en las manos.
−’Tubo buena la explosión −dijo un vendedor de lotería.
Héctor asintió.
−Lástima que no volaron los dos culeros esos −dijo un preparatoriano cargado de libros que pasó veloz a su lado para tomar el camión.
−Lástima −dijo una vendedora de elotes a la que los dos policías estaban extorsionando cuando se inició el fuego y que recuperaba el carrito encargado con dos niños.
−Lástima −repitió Héctor. Encendió otro cigarrillo y se fue a comer.

Se le estaba quedando la boca chueca de mantener el humor controlado con una media sonrisa.

Capítulo III [Zorak] ~ p.45
(...)la televisión es la patria, la televisión en cadena nacional es México, todo lo demás es mentira.

Capítulo VII ~ p.89
Héctor avanzó hacia los dos cuerpos mientras El Gallo celosamente convertido en pistolero de novela de Marcial Lafuente Estefanía, lo cubría sosteniendo el colt con las dos manos y apuntando hacia los cuerpos caídos a media calle, en una postura aprendida en los programas policiacos de la televisión.

Capítulo VIII [Los Halcones] ~ p.104
El que se apantalle por ver a un par de millares de azulejos no ha vivido

Había corrido el rumor de que si se metía una papa en el tubo de escape de un antimotín, tronaba como sapo, y las miradas curiosas iban al diámetro del tubo de escape y calculaban el espesor de la papa que por cierto se nos había olvidado traer, quizá por brutos, probablemente por incrédulos.

Capítulo XIII ~ p.174, 175
Los pasos van conduciendo hacia Bucareli, hacia la sorda zona de luz y tráfico, hacia el despacho bullanguero, hacia los viejos muebles y las viejas sensaciones. Tierra peligrosa pero amiga.
Cuando se bajó del camión en Artículo 123, la lluvia arreciaba. No debería estar lloviendo en diciembre.
En la tienda de discos de la esquina, sonaban los Platters, aquel Only You de los bailes de quince años, que llenaba la magia de los cuartos de departamentos clase media, los patios sucios de la escuela.
Cruzó la calle en medio de la lluvia, saltando los charcos, tratando de ver algo en medio de aquellas trombas de agua que caían sobre él.
−Don Jelónimo, tres cafés y una docena de donas, para llevar.
−No me diga Jelónimo, joven −dijo el chino.
Héctor le dedicó su mejor sonrisa.
Mientras le servían los cafés en tazas de plástico, dos coches se detuvieron en Artículo 123 frente a las puertas del edificio de oficinas. Héctor, de espaldas a la calle, pagó las donas y tomó las tazas de café cubiertas con servilletas (de todas maneras con solo cruzar la calle se llenarían de agua), organizó como equilibrista los cafés y la bolsa y salió a la lluvia.
Uno de los choferes lo vio casi en el mismo instante en que Héctor desentrañaba el peligro en las sombras de los coches negros sacudidos por la lluvia. El primer tiro pasó a un metro de su cara destrozando la vidriera del café de chinos y atravesando el brazo de un bolero que había entrado a cubrirse del chaparrón.
Héctor tiró las donas y los cafés al sueño y sacando la pistola comenzó a disparar corriendo en diagonal sobre los charcos.
Su segundo disparo perforó el cráneo de uno de los Halcones que trataba de salir del coche sin meter los pies en una coladera.
Corrió disparando. Acertó un segundo tiro en la pierna de un Halcón que salía del edificio. Estaba a punto de cubrirse con la estructura de metal del puesto de periódicos cuando una descarga de escopeta lo prendió por la mitad del cuerpo haciéndolo saltar en el aire, desgarrado, quebrado.
Al caer en el charco, estaba casi muerto. La mano se hundió en el agua sucia y trató de asir algo, de tener algo, de impedir que algo se fuera. Luego, quedó inmóvil. Un hombre se acercó y pateó su cara dos veces. Se subieron a los coches y se fueron.
Sobre el cadáver de Héctor Belascoarán Shayne, siguió lloviendo.